Decir malas palabras en el trabajo puede ser beneficioso
Pilita Clark
- T+
- T-
Pilita Clark
¿Importa si maldices un poco en el trabajo? ¿Debemos rechazar las ocasionales vulgaridades groseras? He estado pensando en esto desde que una amiga me contó en vibrante detalle todas las malas palabras que usa un alto ejecutivo en su oficina.
Yo crecí en una granja australiana de ovejas y una vez trabajé en un barco de pesca; pero esta ráfaga de groserías era impresionante, con espléndidos destellos de inmundicia, en persona y en las redes sociales. Sus groserías habían sido objeto de muchos chismes en la oficina de mi amiga, pero no tuvieron un impacto negativo para el ejecutivo, quien había sido promovido repetidamente.
Pensé en esta historia de mi amiga, cuando Boris Johnson se convirtió en el nuevo primer ministro del Reino Unido. Johnson es famoso por ser un viejo adúltero de clase alta con cabello tan despeinado que parece que un gato acabara de dormir en él. Pero lo que también lo distingue es su capacidad para decir malas palabras.
Ha desdeñado a los temores corporativos sobre el Brexit con la frase “a la mierda con los negocios”. Ha llamado al Presidente de Turquía un “idiota”. Le encanta hablar de “mierda”, un término que, según los informes, utilizó recientemente para describir el plan acerca del Brexit de Theresa May y el gobierno de Francia.
Nada de esto le impidió convertirse en miembro del Parlamento, alcalde de Londres o primer ministro británico. De hecho, probablemente lo ayudó. Los investigadores dicen que las personas que dicen malas palabras pueden parecer más honestas, creíbles y persuasivas. Hay, por supuesto, diferentes tipos de groserías. Un estudio estadounidense que descubrió que las blasfemias podrían ser persuasivas llegó a esta conclusión después de probar las reacciones de las personas a la palabra “maldición”, una palabra tan inocua que apenas califica como obscenidad en muchas oficinas.
El contexto también importa. Maldecir a una impresora atascada es más aceptable que decirle una mala palabra a un jefe. Y cuando se les pregunta a los trabajadores si aprueban de las groserías en la oficina, invariablemente dicen que no. Sin embargo, parece que decir malas palabras no tiene que ser un obstáculo para el éxito profesional, lo cual es algo que siempre han sabido muchos líderes empresariales inteligentes.
El jefe de JPMorgan Chase, Jamie Dimon, es el director ejecutivo bancario con más años de servicio en Wall Street y un orador contundente y franco en un mar de timidez corporativa. Se ha quejado públicamente de la “estúpida mierda” en el sistema político de EEUU y de los críticos que se han molestado con él. Hace unos meses se rió y dijo que a veces ofende y asusta a los abogados de su banco y a las personas de relaciones públicas.
De hecho, las finanzas no son el sector donde más se usan malas palabras. Los datos muestran que se usan un poco más en la industria de la salud. Pero, ¿importa la ubicación? El otro día, hice un rastreo superficial a través de las transcripciones de llamadas de ganancias de las compañías S&P 500 y FTSE 100 desde 2007 que revelaron un tesoro de groserías.
Esperaba encontrar más incidencias del uso de este tipo de lenguaje en el Reino Unido, donde se afirma que el británico promedio dice una mala palabra 14 veces al día. Pero estaba equivocada. En EEUU un sinnúmero de ejecutivos han estado “moliendo a palos” a sus rivales durante años; o burlándose de ellos por estar “llenos de mierda”.
Un análisis más extenso de las transcripciones de llamadas de conferencia realizadas por periodistas de CNBC en EEUU en 2016, mostró que la incidencia de blasfemias corporativas parecía estar en aumento ese año en comparación con 2014 y 2015, aunque los niveles habían sido más altos en años anteriores.
Esto coincide con los hallazgos de los académicos, que pasan una cantidad asombrosa de tiempo estudiando el uso de groserías. Se han escrito cientos de documentos sobre el tema desde 1900, según dos expertos que dijeron, en 2012, que no había mucha evidencia de que el uso de groserías estuviera disminuyendo. Las investigaciones más recientes en EEUU sugieren que las groserías podrían estar en aumento en el trabajo, especialmente entre los millennials.
De cualquier manera, todos debemos entender que no importa la edad que tengas, dónde vivas o dónde trabajes, hay algunos lugares donde las groserías no sólo son mal vistas, sino que además pueden ser ilegales, como en lugares públicos.
El rapero 50 Cent descubrió esto hace unos años cuando fue multado por maldecir en el escenario en la isla caribeña de Saint Kitts. Aún así pensó que el espectáculo había sido un éxito, pero en las memorables palabras de su representante, se aseguraría de que en cualquier viaje futuro a Saint Kitts, “dejaría cualquier referencia sobre los ‘hijos de p*ta’ en EEUU”.